Hablar de acabar con el crimen es fácil.
Lograrlo es muy difícil.
Los
resultados de las elecciones recientes en Chile, Perú y lo que viene para
Colombia son una confirmación de que la ciudadanía ha perdido la confianza en
el gobierno, sus instituciones y la clase política tradicional. La región le
apuesta a un cambio no importa los riesgos. Unos populistas que prometen ser
diferentes en la forma de manejar los recursos, combatir la corrupción para
favorecer a los más necesitados y darle un giro radical al modelo económico.
El
populismo de izquierda sostiene que al pueblo lo despojaron de las
oportunidades pues las oligarquías aliadas con la clase política se reciclan
cada ciclo presidencial. Los poderosos son la clase empresarial,
terratenientes, banqueros y hasta los mismos narcos que alimentan a la
delincuencia a través del microtráfico.
El
populismo de la derecha ha ido tomando fuerza en el mundo con personajes como
Donald Trump, Nayib Bukele en El Salvador, Tayip Erdogan en Turquía y Rodolfo Hernández
candidato a la presidencia de Colombia. Son los ‘’outsiders’’ que cuestionan el
establecimiento y para quienes el estado está corrompido a favor de la clase
política. Reducir el aparato estatal a su mínima expresión para hacerlo más
eficiente. Una visión egocéntrica del mundo.
La gran diferencia
se encuentra en la concepción que ambas corrientes tienen del estado. Definitivamente
la libertad empresarial y la creación de riqueza son imprescindibles para crecer
la economía y el empleo. Privatizar, estatizar y redistribuir en nombre del
pueblo sin respetar las instituciones es un salto al vacío. La desigualdad se
combate entre otras estrategias atacando la corrupción que se lleva enormes
recursos y es un obstáculo para el desarrollo económico.
Aunque solo
el 8 por ciento de la población mundial vive en América Latina y el Caribe, la
región contribuye con un tercio de los homicidios del mundo. La delincuencia
común se toma ciudades enteras y la inseguridad ciudadana se ha convertido en
uno de los azotes de mayor incidencia. La gente ve que la justicia no funciona
y el delito si paga. Una y otra vez los delincuentes se salen con la suya pues
el sistema judicial es ineficiente cuando no permeado por la corrupción. En
consecuencia, los gobiernos se ven obligados a reforzar las fuerzas de policía
a costa de la inversión social.
Es aquí
donde la pobreza resulta un factor asociado con el crimen violento y la
victimización del individuo que recurre al delito como una forma supervivencia.
Asimismo, el homicidio es la principal causa de muertes entre los jóvenes de
los 15 a 29 años. No en vano Hamish McRae en su fascinante libro el Mundo en 2050
(The World in 2050) llama a Latino América ‘’la capital mundial de los
homicidios’’.
Además de la
clase política, una de las instituciones con menor credibilidad en la región es
la policía. La ciudadanía tiene muy poca fe en la fuerza encargada de velar por
el orden y preservación de la vida, honra y bienes. Dramático que un 63 por
ciento de los encuestados afirmen tener ‘’poco o nada’’ de confianza en la
policía. Todo lo contrario a la opinión que sus pares depositan en países
desarrollados.
Según los
resultados que muestra el gráfico, Venezuela y México se destacan por la baja
confianza de la gente en sus fuerzas de policía. El grado de descomposición en
ambos países ilustra claramente la percepción negativa que se tiene de ese
organismo. Uruguay se destaca por la respeto y certidumbre. Muy seguramente los
bajos salarios pagados a estos servidores aunado a las mafias del narcotráfico con
su poder de intimidación han minado la confianza ciudadana. Cuando la sal se corrompe…
Confianza en la policía en América Latina
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